Las novelas no tienen que tener prólogo. Pero a mí me gusta incluirlos en las mías. Me parece que las ponen en valor y me apetece tener impresas en mis libros las palabras de alguien que los valora y desea presentárselos a los demás.
Mi primera novela, Las reglas del olvido, está prologada por Miguel Sandín. Miguel fue mi profesor de Filosofía en el colegio y yo me enteré de que era escritor cuando muchos años después me topé en un kiosko con un libro suyo. Creo que era El gusano del Mezcal. Devoré el título y traté de contactar a su autor a través de un antiguo correo que tenía. Tuve suerte: Miguel seguía utilizándolo. Desde entonces me he leído toda su obra, incluidas las novelas juveniles o de humor, sobre algunas de las cuales he escrito artículos. Por cierto, que su maravillosa Por si acaso te escribí fue finalista del Premio Nadal en 2015. Para mi novela escribió un prólogo perfecto en el que, cómo no, empezaba hablando de Nietzsche.
Espero que mi segunda novela, Los seres infrecuentes, consiguiera estar a la altura de su prologuista. Gustavo Martín Garzo ha ganado el Premio Nacional de Narrativa con El lenguaje de las fuentes y el Premio Nadal con Historias de Marta y Fernando, entre otros muchos galardones. Para mi novela escribió un prólogo cargado de sensibilidad sobre los seres heridos en el que no sobra ni una palabra. Nunca le estaré suficientemente agradecida.
A Javier Capitán lo conocí a través de mi trabajo de consultora de comunicación. Bueno, lo conocí viéndolo en la tele como todos los de mi generación; pero después en el entorno profesional descubrí su faceta de contador de historias. Me gustó su habilidad para transmitir las ideas con sencillez, claridad y emoción; y cuando terminé el manuscrito de La habitación de Dafne pensé en él para esas páginas de presentación. Con gran amabilidad accedió a mi propuesta, y reflexionó en esas líneas sobre temas tan importantes como la verdad o el lenguaje con la pericia del comunicador vocacional que es.
Quiero agradecerles a todos ellos que hayan convertido mis libros en objetos un poco más importantes. Que me hayan acompañado y me hayan hecho el regalo de sus palabras.
¿Existe regalo mejor?